El tremendo impacto que ha tenido la pandemia de COVID19 nos puede hacer pensar que vivimos en un mundo sin esperanza y que nos ha tocado un tiempo terrible para estar vivos. Tomando en cuenta los millones de muertos, la debacle económica, la incapacidad de muchos gobiernos para conseguir o distribuir las vacunas y la desazón de ver nuestras escuelas y negocios cerrados, no es difícil tender hacia el pesimismo.
Pero si ampliamos un poco la mirada y nos fijamos en lo que la humanidad ha sufrido en el pasado quizá podamos modificar nuestra perspectiva y concluir que la dureza de los tiempos actuales quizá no lo sea tanto. Estamos pasando por un bache dentro de un camino que se dirige hacia un desarrollo mayor que el que pudieron tener las anteriores generaciones de seres humanos. Veamos.
La tasa de pobreza extrema en el mundo (personas con ingresos inferiores a 1.9 dólares al día) era de 44.3% a nivel global en 1981. En 2015 había bajado hasta el 9.6%. Una disminución espectacular, nunca vista en la historia de la humanidad. De hecho, la tasa de pobreza global era del 94% en 1820, del 82% en 1910 y del 72% en 1950. China, que es el país más poblado del mundo, logró disminuir la pobreza del 90% en 1981 hasta el 10% en 2016. No es poco lo que hemos avanzado como humanidad desde entonces, aunque todavía tenemos mucho por hacer en el combate a la pobreza.
En las sociedades humanas de la prehistoria, cuando éramos cazadores-recolectores, la esperanza de vida se ubicaba entre los 20 y los 30 años. En las civilizaciones clásicas que dieron lugar al alumbramiento del mundo moderno en la antigua Grecia y el Imperio Romano, la esperanza de vida se ubicaba entre los 18 y los 25 años. En la Gran Bretaña de la Edad Media las personas vivían en promedio entre 17 y 35 años de edad. Antes del siglo XIX, ningún país europeo tenía una esperanza de vida superior a los 40 años.
El gran aumento de la esperanza de vida que hemos visto en los años recientes solamente ha sido disfrutado por cuatro, de las 8 mil generaciones de seres humanos que ha habitado el planeta desde hace doscientos mil años. La gran noticia es que el amable lector de esta columna y quien la escribe formamos parte de esos elegidos.
A finales del siglo XIX la mortalidad infantil promedio (muertes antes de cumplir 5 años) se movía entre los 10 y los 25 fallecimientos por cada 100 nacimientos. Actualmente oscila entre 2 y 5 muertes por cada 100 nacimientos, lo cual nos obliga a hacer todo lo posible por seguir bajando esa estadística.
La esperanza de vida en América Latina ha subido de los 50 años en 1950 hasta los 74 años en la actualidad. En África ha aumentado de los 37 hasta los 57 años en el mismo periodo, a pesar de los efectos devastadores de la epidemia de VIH en ese continente.
El aumento en la esperanza de vida y la disminución de la mortalidad infantil son resultado del incremento de la riqueza. Ningún país del mundo con una renta per cápita superior a los 10 mil USD anuales tiene un rango de mortalidad infantil superior al 2%, como resultado del aumento de la inversión en salud, drenaje, agua potable, mejor alimentación y medicina más avanzada.
Y no solamente vivimos más años, sino que la calidad de vida en los tiempos actuales es infinitamente superior a la que han tenido las anteriores generaciones de habitantes del planeta. No olvidemos que antes de la Revolución Industrial se vivía sin medicinas, sin antibióticos, sin agua potable, sin cubrir las necesidades de ingesta calórica diaria, sin electricidad, sin drenaje en las ciudades.
Hace 150 años se requería el trabajo de un día completo de 25 personas para cosechar una tonelada de grano. Hoy la tecnología permite que esa cosecha la logre una sola persona y se tarda 6 minutos en realizar la tarea. En 1947 la mitad de la humanidad sufría desnutrición crónica según la FAO. Actualmente la desnutrición y el hambre afectan al 9% de los seres humanos (unos 690 millones de personas a nivel mundial, con datos de la OMS correspondientes al año 2019), lo cual es demasiado y se debe trabajar para erradicar por completo el hambre en el mundo. Entre 1961 y 2009 las tierras dedicadas al cultivo aumentaron en un 12% a nivel mundial, pero la productividad de las mismas se disparó en un 300%.
La OMS alerta sobre la deficiente alimentación. Millones de seres humanos ya no pasan hambre pero todavía no han logrado acceder a una dieta adecuada para su sano desarrollo. Se estima que 3 mil millones de personas en el mundo tienen una dieta deficiente. Los alimentos más nutritivos, como los productos lácteos, las frutas, las hortalizas y los alimentos proteínicos de origen animal o vegetal, son todavía demasiado caros. Una dieta saludable cuesta cinco veces más que paliar el hambre ingiriendo solamente almidones. La tarea, por tanto, no consiste solamente con terminar con el hambre, sino en procurar que la alimentación que tenemos sea la adecuada.
El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo ha construido un interesante índice de desarrollo humano que enfatiza desde el año 1990 cuestiones complementarias al mero crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), añadiendo dimensiones como la expectativa de vida al nacer, la igualdad de género, los años de escolaridad. El índice se enfoca en las capacidades con las que cuentan los seres humanos para tener una vida mejor. En el informe correspondiente al año 2020 se analizaron 189 países y territorios reconocidos por la ONU. México aparece en el lugar 74, en una situación semejante a la de Ucrania. Entre 1990 y 2019 la esperanza de vida aumentó 4.2 años, los años promedio de escolaridad en 3.3, el ingreso per cápita con valores constantes en 4,500 USD. Nos falta mucho por avanzar, pero sin duda hay datos alentadores.
El progreso de la humanidad ha sido una constante en los siglos recientes y especialmente en los años recientes. Cada vez más personas cuentan con formación académica, cada vez somos más sensibles frente a la discriminación y la desigualdad, cada vez se hacen esfuerzos mayores para aminorar el impacto ambiental de las actividades humanas, cada día surgen nuevos avances médicos y científicos, cada ciclo escolar los alumnos se esfuerzan más para alcanzar el conocimiento que les permitirá vivir una vida más plena. La lista de avances podría ser muy larga.
Vivimos en un mundo mejor. A veces no nos damos cuenta y pensamos que los avances de los que disfrutamos han sido una constante a lo largo de la historia. No es así. Pese al desastre de la pandemia, tenemos datos para el optimismo.
Ser optimistas respecto al presente y al futuro no implica en modo alguno bajar la guardia para hacer frente a los enormes desafíos que tenemos como humanidad. Los retos son enormes todavía. Hemos avanzado mucho, pero lo hemos hecho de manera muy desigual y muy lenta en algunas regiones del mundo. Los resultados educativos lo demuestran: mientras hay países con logros impresionantes en sus sistemas de educación, otros siguen anclados en conocimientos de hace siglos, preparando a sus niños para un mundo que hace años que dejó de existir. Hay que esforzarnos más en conseguir condiciones de vida mejores para toda la humanidad, pero eso no nos debe cegar frente a lo mucho que hemos conseguido.
Los datos anteriores y muchos otros que se podrían aportar en el mismo sentido nos permiten afirmar con fundamento que saldremos adelante y que el mundo será mejor para las generaciones venideras. Que nadie lo dude.
Los datos citados en los párrafos de este texto se han tomado de varias fuentes. Algunos son del Banco Mundial, otros de la ONU, la FAO, la OMS, UNICEF o de los principales periódicos del mundo como The New York Times, El País o la revista The Economist. También pueden encontrarse argumentos semejantes en el libro de Johan Norberg, Progreso. 10 razones para mirar al futuro con optimismo, Madrid, DEUSTO, 2017 y en las obras de Steven Pinker, Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones, Barcelona, Paidós, 2011 y En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso, Barcelona, Paidós, 2018.
Para una perspectiva histórica todavía más amplia, recomiendo los tres best-sellers de Yuval Noah Harari, Sapiens. De animales a Dioses. Breve historia de la humanidad, Madrid, Editorial Debate, 2015; Homo deus. Breve historia del mañana, Madrid, Editorial Debate, 2016; y 21 lecciones para el siglo XXI, Madrid, Editorial Debate, 2018.
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* El autor es Director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell AC. Investigador Nacional nivel III del Sistema Nacional de Investigadores. Autor de más de 82 libros propios y coordinador o compilador de otras 63 obras.
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