Derechos de los animales. Una nota.

Derechos de los animales. Una nota.

Derechos de los animales. Una nota

El Amparo en Revisión 163/2018 es paradigmático en relación a la protección de derechos de animales. En dicho fallo se prohíben las peleas de gallos pues son una actividad en la cual se incita al gallo de combate para dañar o matar de otro gallo, acciones que encuadran dentro del concepto de maltrato. ¿Quieres saber más sobre la protección jurídica de los animales?

Miguel Carbonell <strong><a href="https://miguelcarbonell.me/wp-admin/post.php?post=5586&action=edit#_ftn1">*</a></strong>
Miguel Carbonell *

Abogado – Profesor – Escritor – Especialista en Derecho Constitucional

(Texto del prólogo al libro de Gustavo Larios Velasco, “Los derechos de los animales no humanos”, México, CEC, 2022). 
Mia y Miguel

En el tema de los derechos de los animales no humanos parece que existen posiciones encontradas: de un lado se sitúan sus fervientes defensores y del otro quienes señalan que es un sinsentido hablar de “derechos” en ausencia de ciertas características que, según ellos, solamente tenemos los seres humanos (la autonomía personal y la voluntad para darle sentido y dirección a nuestra existencia, por ejemplo). 

Sin embargo, considero que existe un terreno común en el que (casi) todos podemos ponernos de acuerdo: aquél que indica que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para evitar el sufrimiento de los animales y promover su bienestar. 

A estas alturas ya nadie puede seriamente dudar de la capacidad de sufrimiento de muchos animales y del compromiso moral de los seres humanos de evitarlo. Han quedado atrás las posturas que, incluso desde la filosofía de la Edad Media, negaban que los animales pudieran sentir (como si fueran una especie de piedra o un vegetal). Hoy en día sabemos que los animales tienen sistemas nerviosos muy desarrollados que les permiten comunicarse, decidir cursos de acción diferentes, convivir empáticamente con sus semejantes y también con nosotros en el caso de los animales domésticos. 

Ahora bien, la discusión importante en la actualidad no tiene que ver con lo que durante siglos fue negado a los animales, sino con la manera en la que los tratamos en ámbitos concretos tales como la experimentación científica, el entretenimiento, la agricultura y la provisión de alimentos para consumo humano. 

Tenemos que reconocer, como punto de partida, que en el trato que le hemos dado a los animales venimos de una historia de horrores que nos debería avergonzar profundamente. Decimos que los seres humanos somos seres racionales pero en verdad que nos hemos comportado con los animales como si fuéramos verdaderamente salvajes (o incluso peor: como desalmados y crueles). Es hora de reescribir esta historia de infamia, sufrimiento y desatención.  

© Centro Carbonell Online

Por fortuna, suman millones las personas que alrededor del mundo entienden y defienden que no se maltrate a los animales, que no se abuse de ellos, que no se les haga sufrir. Son esas personas las que llevan años pidiendo que existan normas jurídicas que protejan a los animales frente a las injusticias históricas que han padecido. Y han triunfado, al menos en parte. 

En efecto, ya tenemos un conjunto de normas jurídicas que señalan claras prohibiciones de maltrato animal, que persiguen hasta penalmente a quienes torturan a los animales y que incluso consideran como un hecho ilícito dejar de alimentarlos, protegerlos frente al mal clima o dejar de proveerles de un lugar seguro para vivir. Gustavo Larios lo explica de manera muy clara en este libro que tenemos el privilegio y el gran honor de poder publicar bajo el sello editorial del Centro Carbonell. 

No hay duda de que todavía nos falta mejorar dicha normatividad y de que hay temas pendientes sobre los que tenemos que seguir insistiendo dada la muy limitada respuesta que han dado nuestros legisladores. Por ejemplo, sería indispensable una restricción severa (llegando hasta una clara prohibición) de todas las actividades de cacería, salvo determinados supuestos para evitar plagas o crecimiento de ciertas especies que pongan en peligro a las demás.  

También deberíamos evitar todos los actos de tortura hacia los animales que actualmente se producen en el terreno de la investigación científica; es obvio que necesitamos que la ciencia siga avanzando y que hay muchos productos que necesitan ser probados antes de que se permita su consumo humano, pero no debemos hacerlo a costa del sufrimiento de millones de animales indefensos.  

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Lo mismo sucede, aunque en proporciones todavía mayores, con la crianza de animales para consumo humano: en una verdadera vergüenza el tratamiento que le damos a las vacas, los pollos, los cerdos y otras especies que hemos hecho crecer desmesuradamente para poder comérnoslas. Si la gente tuviera un mínimo conocimiento de lo que sucede en las granjas de producción industrial de animales dedicados al consumo humano, habría protestas al por mayor y millones de personas reconsiderarían sus hábitos alimenticios. Son pocos los que se preguntan qué ha tenido que suceder para que la comida que llega a nuestra mesa esté a nuestra disposición. Quizá sea un buen momento para plantearnos tales cuestiones.  

Lo que intento decir es que, aunque ya hemos avanzado en el diseño legislativo de normas protectoras de los animales, nos falta seguir pensando en todo aquello que todavía no se ha logrado, que es demasiado. 

Pero del hecho de que tengamos una normatividad protectora de los animales no se desprende que ya automáticamente estén protegidos. Es en la falta de eficacia en lo que tenemos que poner también nuestra atención, puesto que las capacidades institucionales y los recursos necesarios para hacer realidad las normas jurídicas a favor de los animales son claramente insuficientes. 

Para quienes llevamos décadas estudiando los temas alrededor de los derechos humanos, la cuestión de los derechos animales es fascinante. Representa una frontera en la que nos encontramos con los mismos obstáculos que son de sobra conocidos en la historia de la ampliación de las libertades básicas que el constitucionalismo moderno defiende para todas las personas. Durante siglos le fueron negados los derechos a las niñas y los niños, a las personas de color, a las mujeres, a las personas con discapacidad, a los pueblos y comunidades indígenas, a los pacientes, a los adultos mayores. Y sin embargo, hoy en día los ordenamientos jurídicos ya establecen prerrogativas a favor de todos esos grupos históricamente discriminados. Lo mismo va a suceder con los derechos de los animales. 

Eso sí, cuanto más tiempo dejemos pasar, más grande será la ignominia y la vergüenza que caerá sobre nuestras conciencias por el maltrato que infligimos, toleramos o permitimos durante demasiado tiempo. 

Pero además de la trascendencia histórica y el interés actual que genera el tema de los derechos de los animales, el debate alrededor de tales derechos es una enorme oportunidad para que desde el conocimiento jurídico nos cuestionemos algunas instituciones tradicionales, como por ejemplo el derecho de propiedad. ¿Podemos seguir concibiendo a los animales como objetos de nuestra propiedad con los que podemos hacer lo que queramos? Tiene razón Gary Francione cuando afirma que “Si queremos ser congruentes con nuestra afirmación de tomar en consideración los intereses de los animales, entonces no podemos sino concederles un derecho: el derecho a no ser tratados como nuestra propiedad”[1].   

Habrá quienes piensen que, frente a los enormes problemas que tenemos en México, parece una banalidad o incluso una exquisitez estar hablando de los derechos de los animales. Si todavía no hemos podido garantizar ni lo más elemental para los seres humanos, cómo es que nos ocupamos de los derechos de los animales, dirán algunos. Pero me parece que es precisamente al revés: la forma en la que tratamos a los animales nos define como personas. Una sociedad cruel con los animales es una sociedad que no tendrá demasiada consideración por el bienestar humano, sobre todo el que concierne a los grupos más desaventajados.  

© Centro Carbonell Online

Y por el contrario, una sociedad empeñada en eliminar todo tipo de sufrimiento, sin importar qué ser vivo lo sufra, es una sociedad moralmente desarrollada y que sin duda hará sus mayores esfuerzos por mejorar la calidad de vida de sus integrantes. Esto significa que la defensa de los derechos de los animales es, en el fondo, una defensa de nuestra propia racionalidad, de nuestra capacidad de prodigar el bien más allá de la especie humana y de nuestro deseo de convivir de la manera más armónica posible con los demás habitantes del planeta.   

Por todo lo anterior es que me parece que la aparición de este libro de Gustavo Larios es una excelente noticia. Ojalá sea muy leído y muy debatido. El enorme compromiso de vida de su autor con la defensa de los animales lo amerita. Vaya hacia él todo nuestro agradecimiento por su esfuerzo y nuestra admiración por hacernos voltear hacia un tema tan relevante y actual.  

Mia

[1] Francione, Gary, “Animales: ¿propiedad o personas”, Teoría y derecho, número 6, Valencia, 2009, p. 31. 


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