Hay una cuestión previa que no podemos obviar cuando analizamos cualquier tema vinculado con la docencia universitaria: dicha actividad se debe ejercer en un mundo altamente cambiante y dichos cambios tienen una fuerte repercusión en nuestro trabajo como profesores.
Las nuevas tecnologías, la mayor presencia de internet en los procesos de enseñanza-aprendizaje, las renovadas técnicas de estudio, el perfil de los alumnos y los objetivos del proceso educativo en su conjunto, son factores que exigirán una puesta al día de la forma en la que se imparten clases e incluso del papel que juegan los profesores en el aula.

Es seguro que, en adelante, tendremos que hacer un trabajo diferente, quizá menos conceptual y más práctico, con una mirada puesta siempre en la forma de argumentar, con mucho análisis de casos, con referencias más directas al derecho internacional, citando precedentes judiciales, tomando en consideración a ciencias sociales distintas al derecho, etcétera.
Nadie puede negar que, como profesores, nos enfrentamos a enormes retos. Quisiera ofrecer un ejemplo para poner de manifiesto el tamaño del desafío que tenemos enfrente.
Desde hace unos años las mejores universidades del mundo, comenzando por las de Estados Unidos, han puesto en línea y de forma gratuita, los cursos que imparten sus profesores más destacados. Eso quiere decir que cualquier persona, con independencia del lugar en el que se encuentre y del nivel económico que tenga, puede aprender de esos cursos y de esos profesores si cuenta con acceso a internet.
De hecho, hay un famoso curso sobre los grandes dilemas de la justicia que imparte el profesor Michael Sandel en la Facultad de Derecho de Harvard que ha sido visto por millones de personas alrededor del planeta. Durante los casi 35 años que Sandel lleva impartiendo el curso es probable que hayan pasado por el aula en la que lo imparte unos 25 mil estudiantes. En los tres primeros años a partir de que lanzó su curso en línea lo vieron 4 millones y medio de veces. Hay una pequeña diferencia[1].
La pregunta que surge en este contexto es la siguiente: ¿por qué si un alumno puede tomar el curso que se imparte en la mejor universidad del mundo, por el profesor más destacado, habría de gastar tiempo y dinero en ir a tomar clase en universidades regulares o con profesores mediocres? ¿qué es lo que hace que los alumnos todavía se inscriban en las universidades en vez de buscar su propia formación mediante los nuevos recursos que hoy en día permite la tecnología?

Una visión tradicional responderá a lo anterior señalando que los alumnos lo que buscan es el “papelito”, es decir el título profesional que los acredite como abogados y que les abra la puerta al ejercicio de la profesión. Puede ser, pero si eso es cierto entonces lo más probable es que terminen inclinándose por la opción más rápida y barata para obtener un título. Si esa respuesta es correcta es probable que en el futuro asistamos al surgimiento de “universidades express” en las que el título se obtenga con el menor esfuerzo posible, en muy poco tiempo y al más bajo costo. No es el futuro que muchos de nosotros deseamos para nuestros alumnos y no es el futuro que los ciudadanos desean para los futuros abogados que deberán defender sus derechos.
¿Cómo seguir siendo relevantes como profesores en el mundo del siglo XXI? ¿Cómo aportar en el aula conocimientos que no se obtienen en internet? ¿Cómo dar clase de forma distinta (¿mejor?) a la de Michael Sandel en Harvard? ¿Cómo formar a jóvenes que han pasado buena parte de su infancia y de su adolescencia pegados a las pantallas de sus computadoras y de sus teléfonos celulares, pero que tienen escasos hábitos de lectura?
Nadie tiene respuestas únicas o universalmente válidas para las anteriores preguntas. Eso es cierto, pero también es cierto que debemos estar advertidos de lo que puede resultar el peor escenario posible, para que nadie diga no que se lo advirtieron.
Lo peor que nos puede pasar como profesores es que sigamos dando clase como si el mundo no estuviera cambiando a cada momento. Lo peor que nos puede pasar es que nos neguemos a reconocer el enorme impacto de internet sobre nuestros procesos de aprendizaje social (en todos los ámbitos de la vida, no solamente en el profesional), que nos sigamos quejando de que los alumnos no quieren leer o no entienden lo que leen sin hacer nada para cambiarlo, que pensemos que las clases se pueden dar como nos las dieron nuestros profesores, que nos basemos en libros obsoletos o que utilicemos los mismos formatos de exámenes que se aplican desde hace décadas.

Cuando el mundo está cambiando a gran velocidad en tantos aspectos, la peor actitud es el inmovilismo. Los profesores de derecho tenemos que actualizarnos no solamente para conocer a fondo nuestra materia, sino también para impartirla de la mejor manera posible.
Los profesores que no se actualicen se van a ir volviendo cada vez más obsoletos. Tendrán alumnos “cautivos” durante unos años más, pero cuando se pongan en funcionamiento de forma masiva las clases en línea y se comiencen a otorgar títulos universitarios a partir de lo que los alumnos aprendan por internet, esos profesores desactualizados se van a quedar hablando solos.
Quien no entienda lo anterior y se niegue a reconocer la necesidad e incluso la urgencia del cambio, ya está mostrando un alto nivel de obsolescencia. Aquellos profesores que piensen seguir dando clase como la han impartido durante décadas, sin cambiar nada, deben ir preparando sus papeles para la jubilación: no los jubilará la edad o el mero paso de los años, sino su incapacidad de adaptación a los nuevos tiempos.
La buena noticia, pese a todo, es que esas mismas tecnologías que hoy nos ponen ante el riesgo de convertir nuestro trabajo docente en algo irrelevante, son nuestras mejores aliadas para cambiar y mejorar. El enorme banco de conocimiento que supone internet no es algo que solamente los alumnos puedan aprovechar: es algo que debemos de aprovechar primero nosotros, los profesores.
[1] Una parte del curso de Harvard ha sido condensado en el libro de Michael Sandel, Justicia. ¿Hacemos lo que debemos?, Madrid, Debate, 2011.
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